sábado, 31 de julho de 2010

El gato se acercó sumisamente,
con la cabeza gacha
y la resignación de quien espera ya la patada.
Arqueó tímidamente el lombo
y levantó un pequeño remolino entre mis tobillos,
suplicando una pizca de atención.
Acaricié su pelaje anhelante de cariño
y se aferró a mi regazo con sus fuertes garras,
desesperadamente.
Noté el pánico atroz del animal a perder aquella caricia
que alguien por fin le concedía
desde hacía mucho tiempo.
Apoyó su cabecita contra mi vientre
y se puso a lamerme el pecho.
Me sentí desolado al ver a este príncipe de la noche
depojado de su majestad,
maltratado,
humillado,
derrotado,
rogando amor de una forma tan lamentable.
Pensé: Qué solo y herido debe sentirse este gato
para mendigar caricias
como el más miserable de los perros.

Javier Gato

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